La plaza mayor de Sigüenza

La plaza mayor de Sigüenza

A finales del siglo XV, el entonces Obispo de Sigüenza, y gran magnate del linaje mendocino, don Pedro González de Mendoza, mandó abrir espacio amplio delante del costado meridional de la catedral, dirigiendo de forma uniforme y pensada la construcción de los edificios que darían cobijo y límites a una nueva Plaza Mayor que sería, también, plaza del mercado. Pretendía, entre otras cosas, y así lo manifiesta en los documentos que dicta para su creación, el que los canónigos catedralicios tuvieran fácil acceder a ese mercado y sus productos. Pues la estructura de la plaza se conformaba de forma clara: en el costado norte de la misma, la catedral. Frente a ella, en el costado sur, el Concejo y casas de Ayuntamiento. Y en los laterales, más largos y en ligera cuesta, las casas destinadas a los canónigos, que fueron concebidas de forma homogénea, aunque solo quedaron con soportales, hasta hoy, las del costado oriental, perdiéndolos para facilitar el discurrir de la calle mayor, las del costado occidental.

Esta plaza es de planta rectangular, alargada de norte a sur. En el extremo septentrional, se alza la catedral, y en el meridional, las casas de Ayuntamiento. La catedral tiene en esa zona el extremo sur del crucero, en el que se abre la puerta del mercado, románica, que fue tapada en el siglo XVIII por un cuerpo ordenado levantar por el Obispo Díaz de la Guerra, y dirigido por el arquitecto italiano Luigi Bernasconi. Todo el costado del plazal está resguardado por la mole catedralicia, que ya le confiere la dignidad monumental del emblema eclesiástico, en el que se dibuja, entre otras cosas, el gran rosetón románico de este extremo del crucero.

En los costados, surgen las hileras de las casas de canónigos. El costado de Levante tiene soportal, formado por arcos de piedra semicirculares, apoyados en sencillos capiteles sobre pilares cilíndricos. En los muros de los soportales aparecen algunos escudos de Mendoza y de canónigos individuales. Las plantas altas tienen balcones en el primer piso y ventanales en el segundo. En el costado de Poniente, las casas son más aparatosas, con muros cerrados en planta baja, en las que solo abren algunos portales de grandes dovelas, unos semicirculares y otros apuntados, con los pisos altos abiertos en galerías de balconadas con rejas. En el extremo sur-occidental de la plaza se abre la embocadura de la calle mayor que asciende empinada hacia el castillo. Y casi en la esquina nororiental, entre las casas de canónigos se abre el pequeño arco del toril, una de las entradas a la ciudad sobrepasando el puente sobre el barranco del Vadillo.

El Ayuntamiento de Sigüenza es un elemento de gran belleza, que le confiere a la plaza un aire de castellanía muy puro.

Plazas mayores guadalajareñas, por Luis Cervera Vera

Uno de los libros, sobre Guadalajara, que más nos han impactado, es el que produjo don Luis Cervera Vera, en los años ochenta del pasado siglo, con una metódica de trabajo que solo un trabajador neto como él podía imponerse. Todas aquellas plazas de pueblos que tenían un cierto interés (urbanístico, monumental, histórico o ambiental) llamaron su atención, y a ellas dedicó tardes enteras, midiendo, dibujando, haciendo apuntes, grabando en su memoria detalles, y frases, con escudos, y personajes.

Cervera Vera se pateó de arriba abajo la provincia entera. Iba él solo, y nunca salió nadie a recibirlo, a cumplimentar con un café su visita, a recordarle siquiera. No llevaba, –como ahora hace cualquier político, por ínfimo cargo que ostente– fotógrafo adscrito ni “media manager” a sueldo. Se las apañaba con un gran libro de notas, sus lapiceros, y, si acaso, con un vieja cámara de fotografías que le servían de apoyo a lo que la máquina principal, su cabeza, guardaba y valoraba.

Luis Cervera pasó por esta tierra en silencio y sonriendo, como él sabía hacerlo. Un ser optimista, que buscaba lo positivo de cualquier acto, y el mejor ángulo para retratar cualquier espacio de pueblo que a otros nos parecería sin sustancia. Porque le conocí, y traté ampliamente con él, sé de qué hablo. Reunió muchos dibujos, y los guardaba en un enorme carpetón, que salieron al final de su escondrijo gracias a que otros dos arquitectos amigos suyos, admiradores como todos cuantos le conocían, se empeñaron en juntar en forma de libro, con poco texto (pues no lo necesita) pero con mucha enjundia. Tomás Nieto y Miguel Ángel Embid se empeñaron en poner en marcha esta idea, y consiguieron que el Colegio de Arquitectos, con el apoyo de Caja Guadalajara, sacaran este libro adelante. Aunque luego fue poca la gente que lo miró y apreció. Pero esta es la tónica general de esta tierra, en la que los grandes (muy pocos) producen sus obras y el resto de la gente (la inmensa mayoría) se entretengan en cabalgar el viento.